12

Jun

2023

Artículo de opinión

Los carnavales a través de los ojos de los viajeros

  • Inicio
  • Opinión
  • Los carnavales a través de los ojos de los viajeros

Víctor Andrés Belaúnde (1960), recordando su niñez arequipeña, refiere que las diversiones y alegría culminaban cuando salían a las calles “bulliciosas partidas de mascarillas con vistosos disfraces” y que el martes de carnaval “jóvenes y viejos perdían el juicio”.

Por Carlos Arrizabalaga. 12 junio, 2023. Publicado en El Peruano, el 10 de junio de 2023.

Fotos: Andina.

Los extranjeros que dejan su testimonio sobre sus viajes al Perú suelen llamar la atención sobre las festividades católicas y la importancia que tenían en la sociedad. El escritor alemán F. Gerstaecker describe las batallas de cascarones que tenían lugar en Lima en la época del presidente Castilla. Manuel Ascencio Segura refiere que era usual “dejarse bañar el cuerpo con bacinillas, con cacerolas y con jeringas.” Lanzar agua estaba prohibido, pero hasta los policías participaban de las trifulcas. Rolando Rojas ha descrito con detalle el “ascenso de lo popular” (2005) y su remplazo por carnavales más “urbanos” al estilo italiano con desfiles, bandas de música y mucho confeti.

Otras ciudades conservaron por más tiempo las batallas carnavalescas, que se siguen celebrando hoy en Cajamarca o en Bernal. El naturalista James Orton describe las de Quito. Flora Tristán, la fiesta arequipeña y, sin darle mayor importancia, una diversión indecente. Solo destaca la manera como rellenan los cascarones “con tinta, miel, aceite y hasta con cosas más asquerosas”. Los arequipeños, señala Tristán (1838), muestran por este juego “un gusto que raya el furor”.

El viajero francés Paul Markoy (1869) calcula que el martes de carnaval se gastaban en Arequipa “sobre ochocientos mil francos en huevos”. Los balcones llenos de “personas del bello sexo” armadas de bombas y regaderas defienden su posición del asalto de los varones, a caballo o a pie, que lanzan andanadas de huevos sin cesar: “Los hombres, chorreando como tritones, las mujeres despeinadas como bacantes”. Similares términos utiliza la periodista norteamericana Fannie B. Ward (1891), quien refiere las mascaradas llenas de alegría, destaca las canciones y danzas andinas declarándose totalmente inmersa en “el espíritu de la estación”.

A diferencia de otros viajeros, Ward presenta su texto como una invitación al viajero, quien “debería darse la oportunidad de venir a Arequipa durante la más divertida y la más loca de las festividades del año, ¡y es que pareciera que toda la ciudad se pone patas arriba!” Durante tres días, refiere Ward “se lanzan cascarones desde los cuatro puntos cardinales, arrojan baldes de agua coloreada de rojo desde los balcones y las cornisas de las casas, y vierten cucuruchos de harina coloreada en todos los matices del arco iris”.

Los choferes de las calesas, que pasan a raros intervalos y “sabiendo bien lo que les espera, van envueltos en ropa cubierta en aceite de la cabeza a los pies”. Ward destaca el aspecto animalesco, pero también el carácter democrático de la fiesta, quizás demasiado sorprendida: “hasta los sirvientes tienen permiso para arrojar agua ad libitum contra todo el mundo”. Nadie se enfada, es lo que más le sorprende. Hombres y mujeres compiten como iguales. O no. “A veces las mujeres coordinan sus fuerzas para interceptar a un desafortunado, lo agarran y lo arrojan de cabeza en el tanque sumergiéndolo repetidamente y, a menudo, manteniéndolo debajo del agua más allá de lo que parecería prudente”.

Markoy vio la fiesta desde abajo y Ward la observa desde el balcón, destacando más el componente erótico de la fiesta: “Todas las señoritas han esperado con impaciencia” estos días en que tienen una oportunidad singular para encontrarse con sus pretendientes. Luego del asalto viene la música, el baile y las colaciones, con muchas oportunidades para “cuchichear palabras dulces en sus oídos, gracias al delirante alboroto”.

No faltan las comparsas infatigables que repiten: “hay carnaval”, acentuando con fuerza “hay” y la sílaba final de “carnaval”. Al día siguiente, todo el mundo se pone a limpiar y a pintar sus fachadas y “tardarán como un mes antes de que la ciudad recupere su apariencia habitual”. Otros viajeros no prestan atención a que “de esa manera la ciudad tiene garantizada una limpieza anual obligatoria de todas las residencias de la calle principal”.

Víctor Andrés Belaúnde (1960), recordando su niñez arequipeña, refiere que las diversiones y alegría culminaban cuando salían a las calles “bulliciosas partidas de mascarillas con vistosos disfraces” y que el martes de carnaval “jóvenes y viejos perdían el juicio”. Francisco Mostajo recuerda el aspecto de las gentes luego de la fiesta. El color rojo que obtenían de las semillas del airampo daba a los vestidos blancos un tono rosado fabuloso y hasta provocador, pero lo bueno es que se escurría con facilidad luego de una ligera remojada.

En 1936, las páginas del diario El Tiempo describen con tono festivo el entierro de Ño Carnavalón y entrevista al rey feo del carnaval. Elías Alvarado incluye un supuesto reporte de un tal míster Hamilton, quien habría llegado a Piura luego de haber visitado las provincias del interior y sus rivales acaban arrojándolo, el martes de carnaval, al caudaloso río “por uno de sus barrancos”. Todo es ficción, porque hasta viajeros de mentira han celebrado algunos de nuestros locos carnavales.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

Comparte: